No solo porque, en medio del pico de la epidemia, es mejor centrarse en lo que hay que hacer que en desquitarse con aquellos que no han hecho nada por cambiar.
No caigamos en la trampa. Este programa debe consolidar, ampliar, involucrar asociaciones, personas, instituciones. Desde , Estados Unidos ha estado al borde de una guerra civil. Diez millones, y este es solo el principio. La gente de la segunda enmienda contra las grandes ciudades, y viceversa. El Dr. Como si fuera ayer… Pienso un poco. Para seguir leyendo a Franco «Bifo» Berardi! No es este el lugar ni el momento de analizar el vasto derrotero de esta idea.
No pueden mutar, solo modularse en su propia materia. El agobio es distinto pero agobio al fin. Alcohol en gel, lavandina diluida, zapatos abandonados a la entrada de la casa, lavado hoja por hoja, billete por billete, alimento por alimento. El hueco en mi boca espera aquel grito sordo que espante a la bestia.
Tareas escolares a distancia, conectividad a full. No es posible continuar…no es aconsejable intentarlo. De otros cuerpos. El virus derriba velos. No, el virus no, nosotrxs ofreciendo le la tierra del deseo. Cada vez que salgo a comprar una rutina antecede al momento de abrir la puerta.
Nacer es nacer al mundo. Es contra natura el encierro. Escuchar las urgencias no es un andar desesperado. Lo dice el calendario. Camino hacia la farmacia, el cielo de un celeste inusual, el sol abarcando las calles.
Algunos pocos caminan ensimismados enfundados de barbijos y guantes. Me ubico en la cola, a distancia del de adelante. No es necesario medir los pasos que nos distancian a unos de otrxs. El virus ya hizo lo suyo. Me distraigo viendo los bares alrededor. Las sillas en su interior apiladas. Piden reiniciarse. Variedades igualadas en la ausencia de piel. Una amiga me cuenta que casi se incendia su edificio. Un ruido sordo, monocorde se infiltraba en su casa.
Luego el humo, su olor, su pesadez. El parate aguza los sentidos. Se juntan algunas. Los peligros sorprenden donde no imaginamos. Algunos necesitan tribu para conjurarse. En ocasiones ampara la vecindad de los cuerpos.
La fuerza mayor llama a la fuerza de la ley. Este derrumbe de la falsa seguridad neoliberal devuelve al Estado fuerte, intervencionista, nacionalizador, al primer plano.
Mientras tanto, en todas partes estos Estados mermados en sus capacidades operativas frente a la pandemia se legitiman en nombre de la vida. En ello reside su principal poder de generar consentimiento, sin menoscabo de la amenaza de la fuerza de la ley. Estamos, de hecho, en una huelga general por fuerza mayor. No todos los cuerpos, no todas las fuerzas de trabajo pueden conservarse igualmente en el confinamiento. Fuente: El Salto.
Sin embargo. La misma voz latina cogitare dice, a la vez, las acciones de pensar y cuidar. La paradoja de una cuarentena consiste en que hay que tratar de salir del encierro: el del ensimismamiento.
Hace mucho que la literatura y el cine cuentan esta historia. De pronto, nos damos cuenta de que la salud consiste en el olvido transitorio de un continuo estado de vulnerabilidad. La mujer tose en un colectivo. Hacen la denuncia. Se activa el protocolo. Se resiste. Una voz pide que la esposen, que se la lleven. Cuidados no infunden miedo.
No agitan amenazas. No ejecutan castigos. No se molestan con la dificultad. Mientras controles alertan y diseminan amenazas, cuidados prodigan descansos. Diversas aplicaciones en un celular pueden advertir que estamos cerca de una corporeidad infectada, de una persistente tristeza, de un rencor macerado, del deseo de cambiar la vida.
Dicen que solo el control social detiene contagios, que solo la vigilancia evita contaminaciones masivas. Hablas del capital no se cansan de repetir que el virus iguala.
Tal vez, capitalismo. Inhalando miserias. Pero amar lo que acontece no equivale a resignarse al destino. No se trata de acatar lo que ocurre, ni de desearlo, ni de encantar la desgracia.
A veces, las cosas solo vienen, pero otras hay que salir a buscarlas. Intensificar, en lo que pasa, aquello que abre porvenires. El secreto no reside en saberse diferente, sino en saber lo diferente, el sentido inagotable de lo que difiere.
Una, la enfermedad del miedo. Otra, la enfermedad de la indiferencia. Ocurrencias que dan risa se balancean como boyas que flotan en superficies angustiadas. El propio accidente de Fukushima en curso no hace sino acelerar este proceso. Es una nota de color. Wuhan se llama la ciudad. Hay infectados, un barco amarrado a un muelle por la fuerza. Y hay argentinos. La noticia nos es lejana aun. Pero China se ha blindado.
Hay muertos en Europa, infectados, declaraciones al respecto de distintos mandatarios. En las redes sociales empiezan a circular chistes del Coronavirus, memes, videos, gif y stickers en Whatsapp. Son personas que vinieron de Europa. Es marzo de El Coronavirus ha llegado hasta nosotros. Van a anunciar una cuarentena, aparentemente obligatoria.
Todos en sus casas. Entonces tiene una existencia positiva, real, pero para nosotros, ciudadanos de a pie, el virus es una consecuencia, un efecto de algo que no vemos ni podemos ver, que no podemos comprobar.
Y hacerlo, comprobarlo, posiblemente sea nuestra muerte o la muerte de un familiar o ser querido. Las fuerzas de seguridad desplegadas en las calles resguardando que las medidas se cumplan. Por otro lado, la pandemia tiene el trasfondo, no de la muerte, sino del miedo a la muerte.
Es lo que finalmente no se puede nombrar. Hasta la vida intima parece mediada por el significante Coronavirus, trazando distancias reales y convirtiendo a la virtualidad en la incompletud de la incompletud. El discurso del Gobierno opera esa extratextualidad todo el tiempo. Solamente en una guerra una sociedad puede ser tan operada por un significante.
Ya existe fuera de nosotros. El signo de la pandemia puede estar en un taper, en la ropa, en la vereda. En absoluto. El Estado no se ha movido de su lugar. No, nada de todo eso. El virus es muerte, hoy la muerte es el Coronavirus. Por ese enemigo invisible que nos obliga a aislarnos, guardarnos, mantener las distancias, reservar el saludo, ser solidarios, consecuentes con lo que disponen las autoridades, etc. Desatado y tan letal como los efectos que produce en los cuerpos que toca.
I Ocurre en nuestro tiempo que cuando un diario plantea una pregunta a sus lectores, lo hace para solicitarles su. Se trata, seguramente, de un gesto inconsciente para ponerse a salvo: encontrar a quien atribuir la culpa tranquiliza porque desplaza la responsabilidad.
Se trata, sin duda, de una pregunta que ni nos salva ni nos reconforta y, mucho menos, nos ofrece un afuera. Si el encierro ha congelado la normalidad de nuestras inercias y nuestros automatismos, aprovechemos el tiempo detenido para preguntarnos acerca de ellos. No dejemos que nos enfrenten, nos enemisten o nos dividan.
Pese a que aparentemente el confinamiento nos ha aislado a los unos de los otros, lo estamos viviendo juntos. Es un hecho muy inusual que un gobierno en plena crisis sea rescatado por un virus que probablemente -en el corto plazo- haga colapsar los servicios de salud y extermine a una cantidad no menor de adultos mayores pobres.
Pese a todo, lejos de desvanecerse, azotado por una doble crisis, el gobierno en Chile parece estabilizarse. Se trata del retorno del Chile fabricado durante de la dictadura. Chile competitivo. La competencia, como siempre, termina siendo por la vida: un renovado Coliseo romano. El exitoso, paga, el fracasado, muere en el consultorio en invierno.
Los ojos perdidos hoy sangran doblemente. El simulacro antes de la batalla decisiva. Primero no fue miedo. Casos, muertos, casos, muertos, casos, muertos. La peste. La vida desconocida como tal. En la guerra a escala planetaria, una vida ya no cuenta. O acaso no los han visto inclinarse, parecer vencidos y —sin embargo- encontrar la belleza y el goce.
Quisiera un cuerpo donde alojar la peste, anhelar el contagio y extenderme en otros cuerpos donde encontrar mi morada.
Tocar y ser tocada. El rechazo general al tacto es parte de las formas de vida que eran parte clave de la normalidad. Por el momento. Por eso, el momento que atravesamos se reviste de un fuerte contrasentido. Pero no. Esto no es posible. No precisamos insistir en tantas obviedades.
Esta nueva traducibilidad el especismo no la resuelve, puede agravarla. Pero alerta sobre un tema insoslayable. Es nuestro parecer. No he transitado. Lo que hace que este ataque sea tan fascinante es el tiempo que pasa entre el momento del golpe y el momento de la muerte.
Y la lista sigue y sigue. Al parecer Asia tiene mejor controlada la pandemia que Europa. Los precios de los vuelos se han multiplicado. Ya apenas se pueden conseguir billetes de vuelo para China o Corea. Las cifras de infectados aumentan exponencialmente. Parece que Europa no puede controlar la pandemia.
En Italia mueren a diario cientos de personas. Es soberano quien cierra fronteras. Cada ciudadano debe ser evaluado consecuentemente en su conducta social. Se controla cada clic, cada compra, cada contacto, cada actividad en las redes sociales. Entonces la vida puede llegar a ser muy peligrosa. Captan incluso los lunares en el rostro.
Toda la infraestructura para la vigilancia digital ha resultado ser ahora sumamente eficaz para contener la epidemia. En Asia impera el colectivismo. No hay un individualismo acentuado. Es soberano quien dispone de datos. Se publican los movimientos de todos los infectados. Una diferencia llamativa entre Asia y Europa son sobre todo las mascarillas protectoras. Delante de las farmacias se formaban colas enormes. De momento parece que el suministro funciona bien.
Los coreanos llevan mascarillas protectoras antivirus incluso en los puestos de trabajo. En Corea lo ponen verde a uno si no lleva mascarilla. Por el contrario, en Europa se dice a menudo que no sirven de mucho, lo cual es un disparate. Se dice que puede proteger a las personas del virus durante un mes. Macron ha mandado confiscar mascarillas para distribuirlas entre el personal sanitario. Hasta en los supermercados resulta casi imposible. Quien tiene coche propio se expone a menos riesgo.
Tras esto hay una diferencia cultural. En Europa impera un individualismo que trae aparejada la costumbre de llevar la cara descubierta. Por eso ahora en Europa no se consiguen mascarillas. En Europa ni siquiera el personal sanitario las consigue. Emmanuel Macron habla incluso de guerra y del enemigo invisible que tenemos que derrotar.
En aquel momento todo el mundo estaba rodeado de enemigos. Pero hoy vivimos en una sociedad totalmente distinta. En realidad hemos estado viviendo durante mucho tiempo sin enemigos. La negatividad del enemigo no tiene cabida en nuestra sociedad ilimitadamente permisiva. El enemigo ha vuelto. Ya no guerreamos contra nosotros mismos, sino contra el enemigo invisible que viene de fuera.
La realidad, la resistencia, vuelve a hacerse notar en forma de un virus enemigo. El hombre moderno ya no conoce el silencio. Intenta detener el discurso subvocal. Experimenta diez segundos de silencio interior. Ese organismo es la palabra. Al regresar de Lisboa, una escena inesperada en el aeropuerto de Bolonia. Se acercan a cada pasajero, lo detienen, apuntan la luz violeta a su frente, controlan la temperatura y luego lo dejan ir.
Las escuelas cerradas, los cines cerrados. No hay estudiantes alrededor, no hay turistas. Las agencias de viajes cancelan regiones enteras del mapa.
No pasa nada, bombardean un patio. Y entonces Trump gana todo, su popularidad aumenta: los estadounidenses se excitan cuando ven la sangre, los asesinos siempre han sido sus favoritos. Siempre que sobrevivan, por supuesto, y no hay certeza al respecto. Es bueno saberlo. No estamos preparados para disociar el placer del consumo. Hace tiempo que el capitalismo se encontraba en un estado de estancamiento irremediable.
De repente, esta parece una consigna ultrasubversiva. Entonces no lo hagamos. Pero esta fuga debe prepararse imaginando lo posible, ahora que lo impredecible ha desgarrado el lienzo de lo inevitable. La crisis proviene del cuerpo. Es el cuerpo el que ha decidido bajar el ritmo. El biovirus prolifera en el cuerpo estresado de la humanidad global.
Bolonia no. Alrededor de la mesa se daban los mismos rituales. Desde entonces tenemos que organizarnos para cenar. Para ser claros: en el caso de una gripe normal, hay que encontrarse con quinientas personas para contraer el virus, en el caso del corona basta con encontrarse con ciento veinte. Estos mismos barbijos que Europa nos ha rechazado. Llegan de Wuhan fotos de personas celebrando, todas rigurosamente con el barbijo verde.
Billi y yo nos ponemos el barbijo, tomamos la bicicleta y vamos de compras. Solo las farmacias y los mercados de alimentos pueden permanecer abiertos. En realidad, el trabajo es abolido solo para unos pocos. El colapso, luego las largas vacaciones. La igualdad ha vuelto al centro de la escena. Colectivo Situaciones English. Facebook Search. Tag archive coronavirus. Facebook Twitter Google Pinterest.
Bajando del pedestal. Santiago, abril de Bravo Edi, viejo amigo. El ser de lo vital bucea en huecos de aire. Hay tiempo. Prudencias contienen miedos. Cuidados salvan vidas. Hostilidades que acaparan se amurallan en el yo. A veces, de una sola palabra pende la vida. Rituales que sostienen la vida, no alcanzan en tiempos de pestes. Desigualdades abonan miedos para ocultar privilegios que lastiman.
El Capital desprecia la vida que, sin embargo, necesita. La inminencia devora el presente. A veces, solo alivia el olvido. Se sospechan malicias peligrosas en cada corporeidad portadora. Miedos al contagio detonan violencias.
Lazos sociales tienden sogas que salvan, que ahogan, que atan. Redes virtuales conectan, sostienen, atrapan. Lazos y redes demandan fidelidad. Cuidados alojan terrores e indiferencias desvalidas. Impotencias propietarias pueden matar. Miedos demandan seguridad, control, previsibilidad.
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